La idea de unos dispositivos invadiendo nuestros cuerpos puede dar bastante miedo, bueno, no a aquellos que los necesitan para controlar el nivel de azúcar en sangre o hacer que su corazón siga latiendo. De todas formas, del mismo modo en que ahora se usan etiquetas RFID para pagar peajes y el GPS de nuestros móviles informa de nuestros viajes a terceros (como publicistas o administraciones), nuestros datos médicos se almacenarán en algún lugar fuera de nuestro alcance, agregados y, posiblemente, preparados como mercancía.
Esto en parte nos beneficiará, ya que percibir patrones que afecten a toda la población contribuirá a conseguir un mejor diagnóstico de las enfermedades, y un mejor seguimiento de epidemias o preocupaciones medioambientales. Pero al mismo tiempo perderemos mucha privacidad y capacidad de resolución. Aquí tenéis algunas reflexiones de lo que podría suceder cuando los sensores y actuadores pasen de un uso individual a otro más comunitario.
Datos en el Internet de las Cosas
Las nuevas fuentes de datos y los nuevos usos de la minería de datos nos están ya suministrando información valiosa que hace falta analizar usando técnicas de Big Data.
Los partidos políticos descubren nuevas taxonomías de votantes y les atraen, provocan y movilizan con mensajes hechos a medida para conseguir fondos y mayor poder. Los comerciantes están atentos a los cambios que les orienten para promocionarse en el lugar y momento adecuados. Las cadenas de distribución se agilizan y optimizan a medida que se extraen datos significativos sobre demanda, inventarios y entregas a partir de grandes pilas de información. El tráfico en las grandes ciudades se regula mejor cuanto mejor comprendemos las motivaciones, necesidades y problemas de los conductores.
A medida que los sensores aporten cada vez más y más datos sobre nuestro cuerpo y estos datos sean comparados y procesados, incorporando componentes longitudinales, factores medioambientales y demográficos, tendremos una nueva visión por categorías de la salud, la discapacidad y el potencial de las personas. Se harán recomendaciones basadas en datos de un gran número de personas que puedan parecerse a nosotros de maneras muy evidentes. Podríamos ser mucho más rápidos en extraer conclusiones que normalmente nos llevan décadas, como «fumar es malo», o «los niveles altos de colesterol se relacionan con dolencias cardiacas. Esto puede mejorar nuestra salud y bienestar, pero quedan algunos asuntos pendientes.
Más datos pueden ser menos. En su libro Blink, Malcolm Gladwell ilustra cómo el hecho de disponer de demasiados datos puede llevar a los médicos a tomar decisiones erróneas. Al final, medir (y centrarse) en lo que importa será lo más beneficioso para nosotros.
Falsa ilusión de control. Saber más no es lo mismo que ser sabio. De hecho, puede llevarnos a la arrogancia. Precisamente cuando creemos haber conseguido entender una cosa en su sentido más amplio, algo inesperado nos pilla por sorpresa.
Brillante y reluciente. Igualmente, nos sentimos atraídos de forma desproporcionada por lo que es nuevo y diferente, y le asignamos poderes mágicos. (Mirad, por ejemplo, el uso masivo del radio poco después de ser descubierto).
El sin sentido consentido. Parece que cuando la gente se vuelve intolerante y marca diferencias imaginarias da con una forma de clasificar a los demás. Raza, religión, etnia y cultura han sido el pretexto para causar discordia. Hubo una época en que se medían los cráneos. Actualmente hay personas en Japón que piensan que el grupo sanguíneo puede determinar «la personalidad, el temperamento y la compatibilidad», y se ha convertido en motivo de acoso y discriminación en el trabajo. No puedo ni imaginar cómo el descubrimiento de distintas categorías de algo como el metabolismo podría dar lugar a una pseudociencia del prejuicio.
Datos en Recursos Humanos
Hoy en día, los empresarios revisan con cuidado la identidad virtual de empleados potenciales y, a veces, de los ya empleados usando HR Analytics. En un sentido, son publicaciones voluntarias, pero la línea entre lo voluntario y lo obligatorio, lo privado y lo público, es cambiante. El aliciente de conseguir descuentos impulsa a la gente a compartir información sobre sus compras por medio de las tarjetas de fidelización. La gente instala dispositivos de seguimiento en sus vehículos (que revelan comportamientos como el exceso de velocidad) para conseguir descuentos en la tarifa del seguro. Y, os guste o no, ya puede clasificar la personalidad basándose en tweets.
¿Llegará a ser obligatorio compartir información médica, tanto como lo es ponerse una vacuna o someterse a un test de drogas o un control de alcoholemia? ¿Cuál será nuestra responsabilidad social cuando nos demos cuenta del potencial que tiene recoger estos datos? Y los actuadores, ¿jugarán un papel en este uso social de los datos médicos? ¿Podrían los coches, por ejemplo, negarse a arrancar si nuestro nivel de alcohol en sangre superara un cierto límite? ¿Podría bloquearse la emisión de programas de televisión en nuestra televisión si provocaran episodios depresivos en gente con nuestro mismo ADN?
Los datos marcan nuestro destino
En el peor de los casos, nuestra vida y nuestra libertad podrían someterse a restricciones basándose en lo que creemos que es bueno para nosotros y para la sociedad. Es fácil imaginar sistemas de seguimiento que, con una pequeña aportación del individuo, identifiquen ciudadanos con un potencial socialmente valioso (especialmente, niños) y los encaucen para desarrollar dichos talentos proporcionándoles nutrición, experiencia, educación y amistades. Obviamente, también podrían ser apartados de cualquier cosa que les condujera a lo que la sociedad considera perjudicial. Y, por supuesto, el máximo actor podría ser un interruptor de apagado.
El quid de la cuestión será conservar nuestra humanidad, conforme nuestros cuerpos se vayan llenando de dispositivos (y, especialmente, según estos pasen de salvar nuestras vidas a potenciarlas), cuando ya estemos inmersos en el Internet de las cosas.